
Recuerdo cuando llegué acá chiquitita amarradita, con nada más que odio impregnado y con desacuerdo, monotonía perfecta, inspirada por simples sensaciones, libres del bien y el mal, sensaciones comunes provenientes de un cuerpo humano al cual le crecen sus alas. Recuerdo todas esas veces que caí, en especial la vez en que sentí la necesidad de cambiarme de cuerpo. Nunca he olvidado esa sensación, siempre se esconde pero jamás la olvido. Nunca olvidaré cuando me tiré a la cama y me quemé, me dolió, mi alma se endureció como un vidrio y se quebró para convertirme en una persona total y completamente desgraciada, llena de odio y de rencor. Ahí estaba yo, con el por qué de mis actos, con el peor de mis errores y con mi personalidad redonda. Me acuerdo de todas esas veces que tirité por sentir más, que me rompí por sentir más y lo logré. Cuando despiertas sensaciones así, no hay nadie que te pare y está bien que duela, está bien porque te gusta como duele, porque sicópatamente me encanta ver sufrir y verme sufrir y despertar con el pene parado por ver sangre, por dar vuelta todo y dejar los órganos a fuera, limpiezitos, lavaditos, olorositos, para que puedan sentir como siente la piel y se dejen de trabajar y de estancarse con sus piedresillas para que así dejen de hacerme sentir mal.
Bien, ahora también me siento completamente desgraciada, siento como todo tiembla y todo me sangra mientras lo único que realmente sangra es mi útero. Me frustra porque no puedo controlarlo, tan doloroso, tan repentino, no es capaz ni de avisarme cuando está harto y quiere salirse de mi, tal vez yo podría ayudarte, yo podría darte una mano, yo quiero ser tu amiga pero tú insistes en intentar dominarme, te odio por eso cuerpo, podría haberme tocado uno más sumiso, con un cerebro más arrugado, pero bueno, por lo menos me dio la capacidad de poder traspasarme en palabras y escurrir en otras almas.
Cuerpos, los odio, por ser espinas y por ser rosas, por ser perfectos e imperfectos, por ser negros y blancos. Cuerpos los odio por amarrarme-
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